A mi hija no solo le debo ser padre, también le debo ser hombre

Paternidad y Masculinidad

Jorge

5/8/20247 min leer

Entrevista con Jorge: "A mi hija no solo le debo ser padre, también le debo ser hombre"

Por Beatriz Rojas

Confieso que el título de su nuevo libro me generó repulsa antes que interés. Porque siendo francos, estoy harta de padres que quieren redimirse a costa de sus hijas. Pero la forma directa — me atrevería decir brutal — con la que Jorge Amado defiende su tesis me hizo quedar y seguir leyendo. Su ensayo (o novela, a estas alturas todo es lo mismo) es una provocación en carne viva y propia.

"A mi hija no solo le debo ser padre, también le debo ser hombre" plantea que el rol de padre es "una cáscara de moral prefabricada, diseñada y funcional para algunas cosas". Sin embargo, cuando se trata de enseñar a nuestras hijas a entender el mundo real de los hombres; debemos mostrarnos tal cual somos: complejos, rotos y contradictorios. O en palabras de Jorge: “…unos completos hijos de puta.”

Lo entrevisté, no para entender su libro — al final ese tipo de escritos están hechos para interpretarse de la forma que mejor nos ajuste — sino para desenterrar lo que hay debajo. Esto es lo que quedó.

Beatriz : ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la Feria de Guadalajara? Recuerdo claramente como dejaste al auditorio con tu respuesta —«La paternidad literaria es apenas la coartada que usamos para no hablar de nuestra animalidad». Luego desapareciste de la palestra. Algunos te hacían criando cabras montañeras en la sierra sureña, otros afirmaban que vivías de frutas, hongos y LSD escribiendo la versión machirula de “El segundo sexo”. Y ahora nos traes este título que huele a pólvora. ¿Qué pasó en todo este tiempo?

Jorge : Pasó la vida —y mi hija con ella. Los años pasan, Magdalena creció, se enamoró y se fue. Y cuando cerró la puerta, descubrí que todo lo escrito hasta ese día no fue más que un simulacro. Este libro nació por urgencia. No podía seguir jugando a las ficciones literarias desde la comodidad de mi escritorio; necesitaba hablar como hombre, aunque suene horrible esta terminología, era necesario ponerme en ese lugar.

Beatriz : Y así nació «A mi hija no solo le debo ser padre, también le debo ser hombre». ¡Pum! Un dardazo al tabú y la masculinidad tóxica. Pero empecemos por lo primero Jorge: ¿estamos ante una novela, un ensayo, un diario encubierto?

Jorge : La fachada es de novela, el corazón de un diario, pero duele como ensayo pos-moderno. La ficción es solo el maquillaje. El pulso y la experiencia es mía.

Beatriz : Entiendo, entiendo. Disculpa la indiscreción —dime si te incomoda—, pero en la sociedad de poesía se comentó que comenzaste este manuscrito apropósito de tu hija y su relación con un hombre mucho mayor.

Jorge : No. No me incomoda en absoluto; era inevitable hablar del libro sin tocar esta realidad, pues yo también crucé ese abismo: amé a una mujer con 15 años de distancia. Creyendo que la experiencia me daba ventaja pero su juventud solo agrandaba mis grietas. Ella consiguió reescribir mi masculinidad con sus caricias y deseos de niña. Ver a mi hija del otro lado me obligó a mostrarle los caminos no debía tomar.

Capa I · El molde masculino

Beatriz : Hablemos de la teoría del molde-matriz. Afirmas que los hombres no nacemos en blanco: emergemos de una matriz-uterina. La primera mujer que define la forma de nuestros pensamientos, sobre la cual construimos una identidad masculina.

Jorge : Considero que empieza en el hogar. En el beso, en el abrazo de una madre. Esa mirada, como el yeso húmedo, se ciñe y se endurece con el tiempo. Llevamos esa forma de amar y sentir, y salimos al mundo buscando la mirada más familiar y cercana.

Beatriz : ¿Qué ocurre luego?

Jorge : Que llega otra mujer a quebrar el formato.

Beatriz : ¿Cómo es posible esto?

Jorge : Sexualidad mi querida Beatriz. La pasión es el combustible y el sexo, el instante flagrante donde todo lo aprendido se vuelve maleable. Y así los hombres se quiebran cada vez que una mujer entra a su vida.

Beatriz : ¿En qué difieren ambos moldes?

Jorge : La madre moldea para el mundo; jamás sabe si la pieza funciona, porque el hijo se le va. La pareja moldea para sí misma. Por eso su pulso es más exigente, más aún cuando hay una gran distancia de edad. El mayor presume experiencia; la menor exige desaprenderla. Y es, en la búsqueda de ese equilibrio, donde todo se puede ir a la mierda.

Beatriz : ¿Cómo traduces esa tesis para tu hija?

Jorge : Quiero que comprenda que el hombre frente a ella carga la huella de su matriz y que, le guste o no, quiera o no, ella también dejará la suya.

Capa II · Padre, puente

Beatriz con un ejemplar de "A mi hija no solo le debo ser padre, también le debo ser hombre”, lee con voz clara y pausada:

«Un hombre descifra primero el ruido de otro hombre: sus vacíos, sus poses, sus miedos disfrazados de gritos de guerra. La masculinidad es una lengua extraña: hijos que aprenden a esconder el pánico tras el pecho hinchado; padres que predican valores que ni ellos obedecen.

Un entramado de algoritmos rotos.

Y detrás, la necesidad de ser formado: primero por la madre que le escoge un nombre y lo amamanta, luego por la mujer que le quita el nombre y, luego, también lo amamanta.

Quien ignore esto transitará la masculinidad como quien cruza un campo minado con los ojos vendados.»

—Capítulo 4, “Cartografía de un hombre"

Cierra el libro y lo golpea suavemente contra la mesa.

Beatriz : Tus palabras, no las mías. Si esto es cierto, ¿quién mejor que un padre para enseñarle a su hija cómo se pudre por dentro el pensamiento masculino?

Jorge : Exacto. No hago esto porque sea un modelo supremo, sino porque fui testigo de mi propia fragua. Escribir el libro fue destilar el proceso.

Beatriz: ¿Y cómo lidias con esa exposición brutal? Mostrarte sin el filtro de la paternidad.

Jorge: Porque no me ofrezco como un archivo de miserias. Los valores paternos exigen distancia y jerarquía, por eso calzarse esa identidad no sirve. Lo que intento es expresarme desde la intemperie de mis pensamientos. Libre y sin identidad.

Beatriz: Explícale al lector por qué esa cartografía sólo puede dibujarla un hombre.

Jorge: No hay misterio en esto. La masculinidad, en la intimidad, habla un dialecto que otro hombre reconoce sin necesidad de traducción. Al estar ensamblados alrededor de un vacío que exige ser forjado-llenado por el molde materno-femenino. Un hombre sabe lo que significa quedar expuesto. Para el macho la vulnerabilidad no es virtud. Los hombres aprendemos a evitarla, no a transitarla.

Beatriz: Entonces el objetivo no es que tu hija aprenda a “negociar” con los hombres, sino que entienda el poder y la responsabilidad que su mirada tendrá sobre ellos.

Jorge: Cuando una mujer entra en la vida de un hombre, lleva un cincel en una mano y un martillo en la otra. Cada trazo regresa, y no siempre con ternura. Si esculpe desde sus propios traumas, los transmitirá, y tarde o temprano le estallarán en la cara

Capa III · Dos diferencias de edad, el mismo abismo

Beatriz: Quince años de distancia: para tu hija parece la promesa de un hombre hecho; para ti fue la tentación de recobrar juventud. ¿Qué crees qué es lo que seduce de esa brecha tan significativa?

Jorge: La juventud no es sólo elasticidad de piel. En mi caso sentía que las opciones se abrían de nuevo: música que yo había dejado de escuchar, riesgos que había postergado. Al principio creí que llevaba el mapa, pero bastaron dos conversaciones y una madrugada juntos para descubrir que yo era el turista y ella el territorio por explorar.

Beatriz: ¿Y qué vuelve esa simetría con tu hija tan reveladora?

Jorge: El espejo temporal. El mayor busca confirmarse; el menor, descubrirse. Esa tensión puede ser laboratorio de crecimiento o zona de demolición. Con mi pareja viví ambos extremos: cuando me pidió vaciar mis certezas, crecí. Cuando intenté imponer mi experiencia como ley, me desmoroné. La diferencia de edad actúa como lupa: amplifica virtudes y defectos a una velocidad que pocas parejas de la misma generación resistiría

Beatriz: ¿Qué aprendizaje deseas para tu hija?

Jorge: Que “mayor” no es sinónimo de sabio, ni “menor” de ingenuo. Un hombre de 35 puede ser tan niño como uno de 20, y tan tóxico como uno de 50. Quiero que comprenda que el vértigo del abismo, puede llevarla al tedio o al crecimiento radical.

Capa IV · El gesto final

Beatriz (sonríe, cierra su libreta y alza el manuscrito): Para terminar, leeré el párrafo con el que clausuras el libro. Dices que ningún epílogo puede ser más honesto que un diálogo. Y tu diálogo final es éste:

— No soy tu modelo.

— ¿Entonces qué eres?

— La advertencia de que ningún hombre lo es.

Beatriz cierra el libro con un chasquido.

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Epilogo

Si algo he aprendido de Jorge es que su brújula gira hacia el próximo delirio lisérgico: hoy concede entrevistas, mañana quizá vuelva a perderse entre cabras místicas y decálogos de LSD. Con algo de suerte, regresará antes de que la tinta de este post se seque; con menos, volverá cuando ya estemos criando óxido nuevo.

Mientras tanto, quédense con lo que importa: la masculinidad no es templo pulcro sino taller abierto, y la paternidad no es muralla sino puente hecho de tablas de seda. Jorge nos deja un manual de fallas —propio y transferible— para recordarnos que todo molde puede rehacerse si tenemos el descaro de mirarlo por dentro.