Julieta y el separador

del mochilero colombiano

No sé si fue el humo, el libro o Julieta.
O, como solía decir, probablemente los tres o ninguno.

Era lunes por la tarde, de esos que parecen un limbo entre el trabajo y la nostalgia. Salí antes de la consulta, con un nudo en el pecho que no terminaba de entender. Monté la moto. Fui hasta el parque de siempre y me senté en la misma banca de concreto.

Hasta aquí, un día cualquiera, con lógica, secuencia y demasiado sentido.

Abrí el libro de Joe Dispenza —Sobrenatural— y empecé a fumar. El vape de Blue Dream soltaba un vapor espeso que dibujaba líneas sueltas y muy fluidas, como palabras de un viento que arrastraba un mensaje. Y en mi cabeza, estos pensamientos:

“Cada persona, una llave: una puerta, un universo,
un mundo inexplorado dentro de ti.
Decide:
¿entras
o no?”

A pesar del miedo, y sin ninguna lógica, abrí la puerta - ese que tiene un cartel que dice Julieta - sin saber si podría cerrarla alguna vez.

Volviendo a Joe Dispenza: el libro hablaba de crear realidades, de salir de la matriz, de entender que el tiempo no es una línea, sino un instante que se repite eternamente.
¿Cómo se digiere eso? No tenía la menor idea. Así pase algunos minutos, colgado, pensando en el tiempo y en la"internita colombiana".

—¿Oye, eso que fumas es weed? — me preguntaron.
Levanté la vista. Eran tres jovenes mochileros.
—Sí —respondí.
Traían ropa gastada, mochilas grandes; y parecían estar muy contentos.
—¿Sabes si por aquí venden? —preguntó otro con un evidente acento colombiano.
—No, no soy de este barrio.

Y se quedaron ahí, mirándome, con esa urgencia de quien no busca conversación, sino complicidad.
—¿Tienes un poco para vender?

Quizás porque el día ya era lo suficientemente raro.  La sin-razón me obligó a darles algo.

Sin pensarlo dos veces, que cogí lo que quedaba en el grinder y se los entregué. Porque es posible sostener los días grises con pequeños gestos: dar sin esperar.

—No se los estoy vendiendo —les dije—, es un regalo para el camino.

Los tres se quedaron callados.
Uno sonrió.
El segundo miró el libro que tenía sobre las piernas y dijo:
—Joe Dispenza… vas por buen camino, parce.
Y el tercero, el más joven —que hasta ese momento estuvo callado— me alcanzó un separador de cartulina, dibujado a lapicero en finas líneas negras: el ojo de una cebra.

—Soy artesano —me dijo—. Lo hice con mis manos. Para que te acompañe en la lectura.

No sé qué pasó después.
Solo recuerdo el silencio.
El vapor disipándose.
Y el ojo de la cebra mirándome, como si supiera algo que yo recién comprendía.

Colombianos.
Julieta.
La coincidencia me golpeó las sienes con suavidad.
El mismo acento, la misma alegría en la mirada. Como si el universo me devolviera su belleza en tres rostros desconocidos.
“Dios tiene formas misteriosas de llamar tu atención” — pensé—.

Intenté continuar la lectura. No pude.
El ojo en el separador parecía moverse con la luz.
Algo dentro mio también, doblándose como una sombra para mirarse a sí mismo.

Y, de pronto, se hizo la luz. No como una revelación divina, sino como quien recuerda algo que siempre supo: que el tiempo es un placebo que inventaron los hombres para no enloquecer en el caos.

Que el pasado y el futuro coexisten uno sobre el otro, como páginas de un mismo libro.
Y que Julieta y el separador del mochilero colombiano era una escena teatral multidimensional. Ocurriendo en todas las direcciones al mismo tiempo.

Pensé en la metáfora que alguna vez le dije a Julieta:
Alicia, frente a una puerta pequeña.
Si no podía entrar, se hacía pequeña.
¿Será así el amor?
No insistir en abrir, no desear, sino transformarse para caber.
Y eso fue lo que ella provocó: que me hiciera más pequeño en el ego y más grande en  conciencia —pero mucho más en espíritu—.

Los muchachos se fueron.
Yo me quedé ahí, con el separador en la mano, escuchando a la ciudad respirar.
Quizás fue el efecto del cannabis, o quizás la sincronicidad perfecta.
Pero esa tarde vi el mundo en su arquitectura invisible.
Y si estás leyendo esto, quiero compartirte esta verdad:

"el costo de ver
—y despertar—
es no volver a mirar
igual"

Desde entonces guardo el separador en el libro, como un tótem.
Y cada vez que Julieta aparece en mi cabeza, cierro los ojos, realizo tres respiraciones cuadradas y vuelvo a mirar a través de la cebra.
El ojo me devuelve al instante eterno.
Y lo entiendo una vez más:
Que todo ocurre al mismo tiempo:
pasado,
presente,
futuro.
Y que nada es casualidad
si estás lo suficientemente loco.