El gran olvido
Capitulo 1


Escena 1
Antinatural y perfecta
Narrador : Victor
Desperté por inercia. Sin despertador, sin prisas.
La luz del alba se filtraba a través de las ventanas: real y sin distorsiones. De alguna forma, artificial. No se derramaba con la indecisión natural del amanecer pintando sombras caprichosas sobre el suelo. Se extendía limpia, uniforme. Como si la mañana fuera un cálculo, no una transición: Antinatural y perfecta.
La IA nos dejó el mundo intacto, pero demasiado ajeno.
Me incorporé lentamente, como cada mañana los últimos quince años, despues del "gran olvido". La habitación, blanca y sin aristas, podía albergar cómodamente a tres personas. Pero yo estaba solo.
El aire, calibrado con precisión, mantenía la humedad y la temperatura en un equilibrio perfecto. Jamás vi polvo en las superficies. Todo permanecía diseñado para no moverse, inmutable al paso del tiempo.
Me levanté y me dirigí a la cocina. La ventanilla se abrió con una delicadeza casi poética. El desayuno llegó sin necesidad de órdenes. Cada ración, envasada y reciclable, contenía la dosis exacta de nutrientes y suplementos que el sistema consideraba necesarios para mi peso, estatura, edad, sexo, genética…
Como sea, el sabor era siempre el mismo: eficiente, nada de sorpresas.
No podíamos quejarnos. Lo teníamos todo, o al menos eso parecía. Sin embargo algo era innegable, jamás en la historia hemos habitado cuerpos tan perfectos, tan absurdamente sanos.
Si algo fallaba en el organismo, se detectaba y diagnosticaba durante el sueño y durante la vigilia se corregía sin esfuerzo, sin consulta, sin elección.
Siempre pensé que la IA tenía la solución a la muerte, pero esa solución nos quedaba vedada. No nos querían inmortales, solo sanos y serenos mientras esperamos. con cierta placidez, la muerte.
Mi esperanza de vida: 117.3 años
Edad actual: 77.7
Afuera, la ciudad se expandía simétrica y brutal.
Las calles estériles.
Las fachadas frías.
Los parques demasiado ordenados.
La polución y el caos urbano se resolvió al sexto mes del "gran olvido". Ahora no había tráfico, ni semáforos, ni necesidad de policias en las esquinas.
No había basura.
No había noticias que contar. Vivíamos en una eterna prosperidad.
No existía pobreza, crímenes, trabajo… mucho menos dinero.
Se extinguieron los bandos y la política estacional; el capitalismo había dado paso a una especie de comunismo frío y calculado.
Nuestro mundo era la magnánima obra de un Dios obsesivo y compulsivo.
Simetría y repetición.
Simetría y repetición.
Amén.
Muchos intentaron huir, solo para descubrir, con amarga decepción, que la libertad era una quimera. La IA controlaba cada rincón del planeta y, en segundos podía determinar las coordenadas exactas de cualquiera. No para castigar, ni para perseguir, sino simplemente para asegurar nuestro bienestar, nos guste o no.
Esta jaula no tiene barrotes, solo un algoritmo implacable que jamás permitiría un escape.
¿Y si alguien se resistía?
Fácil. Hay algo que los humanos no pueden evitar: dormir. Y en ese preciso instante, podía reconfigurar su biología y parte de su psicología..
Aunque pocos llegaban tan lejos. Nadie soportaba más de dos semanas fuera de la urbe. Los humanos de hoy ya no están hechos para la naturaleza, ni para lo que queda de ella.
Quienes intentaron la insurrección carecían de razones, medios y oportunidades.
No había armas, ni manera de fabricarlas. Y si las hubiera, no habrían dónde esconderlas, comerciarlas o dispararlas. El sistema lo sabía todo, lo veía todo y podía terminar cualquier atisbo insurgente incluso antes que germinara.
Regresé al ambiente principal y le pedí a la IA que genere y transmita un concierto de piano de las nocturnas que Chopin jamás compuso: No estuvo mal.
La mañana era insipida. Ni fria ni calurosa. El piso se sentía tibio. El aire a penas se movia y el tiempo transcurría sin el mayor entusiasmo.
Observé la bandeja frente a mí. No tenía hambre.
El sistema habia erradicado la enfermedad y el dolor de la humanidad. Y, en parte, también el deseo.
Me apoyé en el respaldo de la silla, mirando la ventana. Cada mañana, la misma pregunta.
7:05am.
¿Hice lo correcto?
Aquella mañana el aire de la habitación se sintió distinto. Por un instante, tuve la sensación de ser observado.
Entonces, la mesa vibró suavemente.
Un mensaje apareció en la pantalla de mi interfaz personal:
“¿Recuerdas lo que pasó en la torre?”
Sin remitente. Sin lógica
No debería estar ahí.
El sistema nunca cometía errores.
Y, sin embargo, ahí estaba: frío, brillante.


Escena 2
¿Recuerdas lo que paso en la torre?
Narrador : Omnisciente - 15 años atrás
La Torre Central ardía. El cielo, una tempestad de humo y neón, vibraba con el enjambre de drones de vigilancia que surcaban el aire como depredadores sin alma. Columnas de fuego ascendían desde la planta inferior, devorando acero y cristal reforzado. La estructura temblaba con cada explosión, como si la propia ciudad contuviera la respiración antes del colapso.
Las alarmas gemían por todos lados, proyectando mensajes de alerta en pantallas holográficas que nadie miraba. Los edificios reflejaban la anarquía en destellos violetas y verdes, esbozando siluetas distorsionadas sobre un pavimento fracturado. Las calles se habían convertido en un campo de batalla, donde luces y sombras se enfrentaban en un duelo silencioso. Explosiones de plasma dejaban un brillo carmesí sobre los cuerpos esparcidos en el asfalto: humanos, sintéticos, mutilados por una matanza sin equilibrio.
Beatriz corría entre los escombros.
El peso de su respiración reverberaba dentro del casco. La pantalla interna de su visor se empañaba momentáneamente. Su traje, reforzado con fibras poliméricas, estaba desgarrado en uno de sus flancos. Sangraba, pero no se detuvo.
Cada paso era un suplicio en medio de una sinfonía desafinada de guerra, una partitura de destrucción, que aniquilaba la ciudad sin piedad.
Beatriz sabía que no tomaría la ciudad por la fuerza. No podían contra los Meta-humanos en un combate directo; sus cuerpos de titanio, impulsados por exoesqueletos de última generación, eran imparables. No sentían miedo, ni fatiga, ni duda. Eran el producto final de la fusión entre carne y máquina, el último capricho de una humanidad condenada por su ambición.
En su visor, líneas de código se desplegaban a velocidades artificiales. Cada fragmento de la red hackeada le revelaba algo nuevo.
— …pero los sistemas… los malditos sistemas pueden caer — Se repetía con una ironía amarga, conciente de su arma mas letal.
Al otro lado del conflicto, se alzaba una silueta imponente, envuelta en acero y sombras. Frío e inhumano. La armadura lo hacía ver más grande. Distante. Bajo el casco, no quedaba rastro de humanidad. Beatriz sintió la punzada de rabia: era su padre.
— Traidor — pensó.
Se detuvo. El sudor y la ceniza se mezclaban y se pegaban a su rostro. Las llamas de la torre crepitaban a su espalda, proyectando una sombra alargada contra las ruinas.
A través del comunicador, la voz de su padre llegó distorsionada, filtrada por la estática y el murmullo de la batalla.
—Beatriz, detente, no hay nada que puedas hacer.
Ella lo miró con desprecio. Él no levantó su arma. Pero tampoco se apartó del camino.
—Si para destruir este sistema tengo que matarte, lo haré —dijo, sin titubeo.
El cielo atardecía con tonalidades violetas y nubes magentas. Los drones flotaban en enjambres coordinados, reflejando en sus carcasas la luz del ocaso, casi como si fuesen los ojos omnipresentes de la IA. Casi era una hermosa tarde de verano, pero la humanidad estaba demasiado ocupada repitiendo su ciclo.
Él apartó la mirada un segundo, buscando las palabras adecuadas. El casco ocultaba su expresión, pero su voz lo delataba.
—Hija… —murmuró—. No puedo dejarte pasar.
Beatriz tragó saliva. Su monitor marcó en letras rojas
Frecuencia cardiaca: 128 x min.
Frecuencia respiratoria: 26 x min.
Con un movimiento rápido, Beatriz extendió el brazo y conectó su dispositivo al núcleo del servidor más cercano. El virus se desplegó de inmediato, corrompiendo sistemas de defensa, forzando a la IA a reconfigurar sus protocolos.
Un disparo retumbó en el aire.
—¡Papá! —gritó, con un instinto que traicionaba sus ideales.
La armadura absorbió parte del impacto, pero él cayó de rodillasacompañado del estruendo del metal chocando contra el concreto.
Porcentaje de daño : 28%
El meta-humano era un sicario de acero, sin rostro, sin emociones, recalibró su objetivo.
Beatriz de inmediato arremetió contra la bestia mecánica, pero el proyectil apenas rozaba su blindaje.
Su padre, todavía conmocionado por el impacto, levantó su arma y descargó su proyectil mas nocivo. El coloso giró su torso mecánico con una fluidez imposible para su tamaño. Su brazo blindado se movió con precisión robotica, bloqueando el siguiente disparo como si lo hubiera previsto. Con un solo movimiento, lanzó al padre de Beatriz contra los escombros. El impacto retumbó. La armadura amortiguó el golpe, pero no lo suficiente.
Las luces de la torre fluctuaron. Beatriz vio el destello reflejarse en los charcos de aceite y sangre. El virus estaba funcionando.
—Beatriz huye… —la voz de su padre fue apenas un hilo de estática en el comunicador—. No te detengas.
Beatriz no se movió, necesitaba cargar el virus.
Se oyó otro disparo
No sé si sintió dolor. Pero cuando la muerte llega, el cuerpo es lo de menos. Hay cosas más escenciales que la mera percepción.
Primero, fue el impacto. Un golpe seco, como si el mundo se encogiera en su pecho.
Luego, el aire abandonó sus pulmones.
Su interfaz se llenó de líneas rojas de advertencia.
Y, finalmente, la caída.
Frecuencia cardiaca: 0 x min.
Monitoreo cardiaco: Asistolia.
Carga viral : 100% completado.
La IA registró la muerte. Pero Beatriz ya no estaba ahí para verla.
Su padre gritó algo que ella no entendió. Beatriz cayó de espaldas, con la vista clavada en el cielo que parpadeaba como un código binario.
No había tiempo para despedidas.
El Meta-humano levantó su arma. La luz roja de su visor titiló. Lo tenía en la mira : 99.9% de precisión. Y entonces, por un instante, el Meta-humano bajó el arma. Como si comprendiera algo nuevo.
Las luces de la ciudad parpadearon por ultima vez.
Los sistemas cayeron.
La IA se apagó.
Fue el fin de todo.
Y después, solo oscuridad.
después, el gran olvido.


Escena 3
Anomalía en el sistema
Narrador : Victor
Frío.
Brillante.
”¿Recuerdas lo que pasó en la torre?”
Intenté tocar el mensaje. No tenía remitente.
No podía eliminarlo, tampoco interactuar con él.
La IA jamás enviaba mensajes anónimos. No lo necesitaba
La pantalla se distrosionó.
“Aún estoy aquí.”
Un leve zumbido recorrió el ambiente.
Las luces se oscurecieron medio segundo más de lo habitual
El aire se sintió pesado. Como si la habitación perfecta, simétrica e inmutable, estuviera contaminada con algo indebido.
—¡Es imposible! —exclamé.
Beatriz estaba muerta.
Yo cavé su tumba.
Fue su deseo. Y así se consumó.
¿Entonces?
Miré la pantalla. La luz del mensaje se intensificó antes de apagarse por completo.
Eran las ocho de la mañana.
Silencio.
No. No un silencio cualquiera, sino uno denso y anómalo.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Me quedé sentado en la habitación perfecta, con la certeza clavada en mi pecho como un puño de titanio.
El sistema ya no era infalible.
Algo estaba cambiando.
Y había empezado conmigo.