Ron-Ris
Relato de terror andino


06:00am. Llega una publicación de Instagram:
≪Convocatoria de Cuento. Terror Andino. para publicar en libro físico.≫
No les miento: estaba harta de ser un intento perpetuo. No quería volver a la escuela de medicina pero tampoco quería dejar las drogas. El tiempo y el presupuesto se agotaban. Así que aquella mañana me hice una promesa: presentaría un cuento a la convocatoria o, de una vez por todas, abandonaría este mal oficio de escribir y retomaría el intento de la vida normal.
Con esa terrible idea en la cabeza, busqué “inspiración” en Google: Leyendas de la sierra peruana. Catorce mil resultados. Revise un par de páginas y tomé algunas notas. Cuatro horas después ya tenía un plan.
11:00am. La mañana casi termina, camino a casa de Beatriz para dejar a Ron-Ris
Le conté que viajaba a la sierra.
— No sé que pensar — respondió, besando los bigotes a la gata.
— Solo serán dos días —dije, encendiendo un pucho—. Necesito escribir.
— Aquí no fumes, Vanesa.
Apague el cigarro y me despedí de Ron-Ris con un beso entre las orejas.
— Adiós, Beatriz. Te quiero.
Al llegar a mi casa, en una mochila acomodé ropa de invierno, diez gramos de Sour Diesel, papelitos para fumar, dos encendedores, tres lápices y muchas pastillas.
Además, siempre a la mano, un cuaderno donde anotaba y leía las instrucciones.
Primera escala: Wari.
5:00pm. Partida de Lima. Bullicio y gente.
5:50pm. Salida según boleto: 5pm. Partida real: 5:50pm. Tengo hambre.
7:00pm. Escucho un playlist antiguo. Alguna vez viaje al norte. Fue con Beatriz.
8:30pm. Sin ideas para escribir. Miro por la ventana, creo que estamos pasando Ancón o Santa Rosa. Tengo sueño.
5am. Dormi ocho horas ininterrumpidas.
5:15am. Miro por la ventana del bus. El cielo de Wari es gris y apagado. El frío es violento.
Caminé desde el terminal terrestre a la plaza. Según mis referencias, eran quince minutos a pie. Casi no había autos y los pocos lugareños que transitaban lo hacían en silencio, abrigados hasta la coronilla.
La plaza era circular, con una pileta seca al centro, jardines sin flores y bancas de piedra dispersas. Conté seis. Me senté en una de ellas y armé un pucho. Estaba en Wari solo de paso, pero no había apuros, así que aproveché el tiempo para escribir.
Destino Final: Huacchis.
1 hora en auto.
Los primeros autos colectivos aparecieron a las seis de la mañana. El frío continuaba agresivo y el soroche mostraba sus primeros estragos.
6:20am. Necesito dos antimigraña. Voy camino a Huacchis. Sin contar al chofer somos cinco en el auto.
El viaje fue incómodo. Pensé mucho y no escribí. Las drogas amortiguaron el vértigo pero no lo suficiente. El tiempo transcurría lento y el mal de altura ya había alterado mi fisiología.
7:30am. Estoy en la plaza central de Huacchis. Me duele la garganta.
La mañana se ahogaba en niebla y el olor de la leña quemada me dio una cordial bienvenida. Prendí otro pucho para empatizar con el lugar. Decidí esperar en una banqueta y comencé a escribir.
La mañana transcurrió en calma y sín novedad. En Huacchis parecía transitar menos gente que en Wari.
Como a las ocho y treinta de la mañana, una señora abrió su negocio de comida.
Me acerqué, sin saber si quería hacerlo. Una vez dentro interactué con la dueña:
— Necesito un lugar para dormir y escribir un par de noches.
— Puedes quedarte aquí si me convencen tus intenciones — respondió.
Así fue como Adina, una lugareña de — supongo — cincuenta años, se enteró de mis planes: del terror andino, de la búsqueda en Google, de Ron-Ris y de Beatriz.
Luego azotando una terrible carcajada dijo :
— ¿En serio has creído toda esa cojudez que dice ≪gúgul≫?
Por un momento una pausa se hizo en medio de mi delirio mariguano. Consciente que mi plan carecía de lógica y sustento. Adina tenía razón. Beatriz tenía razón. ¡Semejante estupidez!.
Pedí mi tercera infusión de coca, antes de dar cabida al pánico. El frío y el soroche me ofrecían una tregua. La migraña menguaba.
11:50am. El relato quedo bien, clones y post-amor es una buena combinación. Terror andino, por ahora, nada.
La mañana terminó sin muchas novedades. Mi agotado cuerpo, sentía la bajada de los fármacos en la boca del estómago. Era hora de almorzar.
Pequeña y rectangular, la casita de Adina, era de adobe y quincha. Cabían dos mesas apretadas, cuatro sillas y un viejo escaparate. Se percibía un fuerte olor a leña — como casi todo en Huacchis — y la poca luz entraba por una ventanilla de madera enmarcada con vista a la plaza
Adina vendía comida y abarrotes. No daba hospedaje, pero haría una excepción conmigo.
— Lamento arruinar tus planes niña. — dijo con una sonrisa maternal.
— No pasa nada Adina, ya se me ocurrirá algo.
Durante algunas horas nos quedamos sin decir nada. Luego, sin mayor razón, me habló de un tal Melchor.
— Quizás él pueda ayudarte a encontrar el relato que buscas.
— De acuerdo — dije con un entusiasmo absurdo — Si me dices como llegar.
— Con una condición… no le digas que lo sabes por mi.
Durante media hora, de Melchor no dijo pocas cosas ni cómo lo conocía.
— Es solo un alcohólico sin remedio, a veces loco, pero inofensivo.
2:15pm. Era Melchor o nada. Tomo dos antimigraña. Necesito dormir.
El cuarto de reposo quedaba en la azotea, tenia balcón y el piso era de madera quejumbrosa. No había cama, solo un arrumaco de pellejos de carnero que hicieron del frío mas amigable.


7:00pm. Bajo a cenar.
El frío seguía igual y la noche se respiraba pesada. A penas probé el guiso de carne. Terminaba la tercera infusión de coca mientras anotaba algunas cosas y pensaba en el fuerte olor a carne cruda de la comida.
En el escaparate, tal y como lo acordamos con Adina, reposaba una botella envuelta en papel de periódico. Una hora después, cogí la botella y Salí de la casita sin dejar seguro en la puerta.
En Huacchis las calles eran irregulares. Todo estaba cuesta arriba. Y cada paso que me acercaba a la puna me alejaba mas de la luz y de lo poco de civilización que había en ese recóndito lugar. Adina me había señalado el camino: tras dejar atrás el pueblo, debía subir por una trocha cuarenta minutos hasta la puna.
8:50pm. Con suerte, encontraré a ese viejo borracho.
9:20pm. Camino áspero y monótono. El soroche vuelve. En realidad nunca se fue.
En dirección norte unas parpadeantes luces me indicaban cercanía a mi objetivo. Hice una pausa para sentarme. Y en una roca me quedé pensando: "a Ron-Ris no le hubiera gustado ese lugar sin duda".
El frío era más que hostil y la presión en los oídos insufrible. La puna parecía respirar, y mi cabeza con ella. Me administré 3 fármacos diferentes. Y fue en el delirio de las drogas, del mal de altura y la migraña interminable que esa realidad se hizo evidente.
≪¿Esta es una excusa para escribir o alejarme de ti?≫. Aparte a Beatriz de mis pensamientos y continué.
9:40pm. 500 kilómetros me separan de hogar.
— ¡Melchor! — grité, sin entender porque estaba emocionada.
A cincuenta metros vi un árbol, y en en árbol una casa, y en la casa una pequeña luz amarilla. Me hallaba a unos metros de mi absurdo objetivo.
El árbol era un Aliso chato cuyo tronco se inclinada lo suficiente para treparlo sin mucho esfuerzo. La casita parecía un depósito de botellas y velas derretidas. Ni un mueble, ni un pellejo, ningún rastro de vida.
— ¡Melchor! — insistí.
10:00pm. Trece velas encendidas.
10:05pm. Ahora, doce.
— ¡Qué buscas niñata! — gritó una voz agrietada, de borracho. Me asomé por la ventanita y bajé de inmediato.
Fue entonces, que en la puna de Huacchis, bajo un cielo impecable y profundo, conocí a Melchor.
— ¿Cómo sabes mi nombre ? — preguntó con curiosidad la misma voz.
Los siguientes quince minutos le conté mi historia.
— ¿Gúgul? ¡Já! — escupió — ¿y por eso traes el agua ras?
— Es un negocio, un pago por tu tiempo.
— no te creo
Lo recuerdo con ojos brillantes y dolorosos, cabello crespo amarrado, poco pelo en la coronilla y con una barba canosa. Parecía delgado con un abdomen algo prominente y brazos largos. Aquella noche lo cubría un poncho de lana roja y olía a pellejo.
Melchor aceptó la botella, observó la envoltura con desconfianza, finalmente la descorchó, tomo un trago largo y carraspeó la garganta.
— ¡Já! — escupió.
Melchor relató su historia con el Runapuma.
—...mi mujer tenía dos días de parto, y yo trabajaba con mi compadre en la chacra…
Me confesó que regresó a casa al amanecer.
— …encontré a Alejandrina muerta y abierta.
Sin tripas, sin matriz, completamente vacía fue lo que dijo. Me contó también que las autoridades lo arrestaron y que luego de doce meses de investigación la justicia determinó que la causa fue el ataque de un animal salvaje. Los arañazos, los trozos de carne mutilada, además del testimonio del avistamiento de un Runapuma por parte de una vecina eran pruebas más que suficientes. De su pequeño hijo nunca se supo nada.
— ¿Y alguien más lo ha visto? — pregunté.
— Yo — respondió sin mucho orgullo.
Según sus referencias, el Runapuma, era un animal más grande que un puma promedio. Completamente negro e imposible de distinguir en la oscuridad de la puna. Excepto por el brillo de sus ojos.
— …como dos llamaradas azules del mismo infierno
Al decir eso escupió, luego tomó muchos tragos de agua ras. Su vos por ratos parecía quebrarse.
— Él sabe que lo busco y desea mi venganza.
00:00. Medianoche.
Melchor parecía ebrio y yo me animé por un trago de agua ras para el frío, pero el soroche decidió terminar la tregua. Me sentí agotada y vomité. Tome un poco de agua y di un par de pitadas de sativa con la esperanza de menguar el vértigo. No había mucho que hacer mi fisiología ya no toleraba un minuto más, los tres mil metros de altura ni mucho menos, los quinientos kilómetros que me alejaban de Beatriz.
— Ey niña — gritó con desesperación — ponte de pie y no hagas ruido.
No puedo definir si fue el aullido fue de origen animal o humano.
— ¡Maldito Runapuma! — las venas de las sienes le palpitaban con furia.
Melchor, sin que me diera cuenta, alzó un tronco de al menos un metro de largo, con un extremo nudoso y pesado, que había mantenido oculto bajo su poncho
— Te mataré a golpes, así me tome toda la noche.
En otras circunstancias, el Runapuma, habría sido un hermoso ejemplar. Pero aquella noche la bestia era un agujero negro que consumía la poca voluntad que me sostenía. Su presencia, imponente y asfixiante, me arrastraba sin piedad a los pensamientos más oscuros y dolorosos: el engaño a Beatriz.
Lo que vino después fue una experiencia física difícil de explicar: dolor opresivo en el pecho y temblores incontrolables. El frío era hostil y el aire denso. Quise gritar, pero no pude. El runapuma era hermoso y su mirada — su maldita mirada — resplandecía en la madrugada, cada ves más vibrante y más azul.
12:15am. Melchor golpeó al Runapuma inmediatamente después de que la bestia me atacara.
No puedo describir con palabras el nivel de frío y dolor que sentí aquel instante.
— Me encargaré del animal al amanecer. Intenta dormir y drogarte un poco niñata.
Melchor ataba sin piedad al Runapuma mientras terminaba el agua ras a grandes sorbos. Noté que mi pierna sangraba menos, tomé más analgésicos y me dormí con el runapuma y Beatriz en la cabeza.
— Mi niña pólvora sabía que algún día me incendiarías.
— Beatriz, yo te amo — la abracé.
—Lo sé, pero ya no es suficiente.
— Nunca es suficiente — la abracé más fuerte
— ¿Por eso hiciste lo que hiciste?
05:30am. Perdón por eso Beatriz.
— ¡Maldito animal! — gritó Melchor.
Bajé del árbol con dificultad. La herida ya no sangraba, solo dolía al caminar.
— Lo creía muerto.
— Todos lo creímos. — Su voz era un gruñido.
Melchor escupió, vociferó y pateó las cuerdas con las que ató al animal.
— No ha terminado.
— ¿Qué?
— Vete. Ahora. Antes que regrese.


05:45am. Retorno a Huacchis. El cielo es gris, hay mucha niebla. El runapuma ha desaparecido.
Hicimos una pausa. Melchor daba pequeños sorbos de una cantimplora y un aroma a pintura acrílica impregnó el aire.
—¿Realmente crees que la altura y la yerba te harán olvidar a Beatriz?
Antes que pudiera refutarle, continuó.
— Ahórrate la sorpresa niña, lloriqueabas y gritabas su nombre mientras dormías.
No tenía fuerzas para mentir así que prendí otro pucho y pensé en voz alta:
— Quizá solo sea un pretexto. Huir de casa para escribir, siempre ha sido la excusa perfecta para hundirme en la mierda sin perder la razón, para esquivar las consecuencias de mis errores. ¿Cómo carajo destruí el amor de Beatriz? Ahora, cada palabra que escribo se arrastra con ella. Entre cartas, relatos y diarios, su sombra es el sub-verso oculto detrás de cada una de mis historias.
Lloré un poco y calmó la cefalea. A lo lejos Huacchis parecía, como sepultada en la cordillera. Pensé en la palabra ≪sepultada≫ y sentí escalofríos. Melchor ocultó la botellita bajo su poncho, sus pensamientos también parecían perderse en la cordillera.
7:15am. Llegamos a la plaza de Huacchis. El negocio de Adina está cerrado.
— Olvidé algunas cosas.
— ¿Dónde?
— Allá — señalé la casita.
— Allá no vive nadie, niñata.
— No jodas, Melchor. He dormido ahí. He comido ahí.
— Mira bien.
Nos acercamos.
— Esto no está bien.
La puerta se abrió sin resistencia. Dentro, polvo y silencio. Las mesas, las sillas, el escaparate… todo había desaparecido.
Y entonces, desde el huerto, un alarido inhumano.
Melchor fue el primero en moverse. Yo no podía. No quería, aun así lo acompañé.
— Adina — susurré. Pero no era Adina.
Su piel estaba cubierta de golpes y heridas profundas, como si hubiera sido paleada y desgarrada desde adentro. Se movía torpemente, pero sin dejar de mirarnos. Arrastrándose sin dejar de sonreír. Sus ojos, esos malditos ojos…No eran humanos.
Melchor murmuró algo. No lo entendí. Porque en ese instante, Adina se puso de pie. Sus huesos crujieron. Su piel tembló.
— ¿Por qué me hiciste esto? — Melchor temblaba. — ¿Qué quieres de mí?
— ¿De ti? — Adina sonrió. Nada. Nunca quise nada de ti.
— Acabaste con mi familia.
— ¿Yo? — Adina entrecerró los ojos. No, Melchor. Yo la amaba y tú la mataste.
— ¡Mentira!
— ¿Tú que sabes? Yo estuve con ella cuando gritó hasta quedarse sin voz, mientras tú dormías la borrachera en la puna.
— ¡No! ¡Eso no es cierto!
— Mírame a los ojos, Melchor. Sabes que es verdad.
— ¿Y por eso la destripaste como a un cerdo? — escupió entre lágrimas.
— No había elección. — La voz de Adina sonó hueca — estaba muy enferma, tenía la matriz podrida. Era la muerte o la condena eterna.
Melchor interrumpió los argumentos de Adina con una patada en la mandíbula.
— ¡Fuera de aquí niñata, largo! — dijo Melchor.
7:45am. Huída de Huacchis.
Tardé cuatro horas en llegar desde Huacchis al cruce de carreteras. En el cruce coincidí con algunos turistas que también esperaban transporte, estuve con ellos pero no interactué.
Abordé el primer bus camino a Huaraz.
6:30pm. Llegada a Huaraz.
Baje del bus sin mucha prisa y caminé hasta el mercado. Tomé un poco de café y dos antimigrañas. Esperé, mientras pensaba la forma menos traumática de digerir lo que acababa de presenciar.
Tres horas después, estaba en un bus de regreso a Lima. Fin de la aventura, volvería a casa con Ron-Ris.
5:45am. El cielo de Lima sigue oscuro. Volvía lentamente mi estado de calma.
Serian las nueve de la mañana cuando, por fin, estaba casa, hundida en mi sillón, en mi balcón con vista al mar. Filtré café y me senté a escribir.
A partir de este punto la verdad se me escapa de las manos, no sé que paso con Melchor y Adina.
11:30hrs. Estoy agotada, terminaré el relato después.
Me fumé el resto de yerba que quedó del viaje y me dormí.
Soñé que vivía en la puna.
Un ruido me despertó. Es de noche y la habitación estaba sumida en la oscuridad. No había luz, solo el peso tibio en mi pecho, era Ron-Ris. Ronroneaba.
Llamada entrante: Beatriz.
— ¿Aló Vanesa?,
— ¿Beatriz?
— No sé como decirte esto, pero tu gata murió hoy por la mañana, lo siento mucho.
7:30pm. Oscuridad absoluta y un dolor opresivo.
La acaricio y me observa con sus hermosos ojos azules.
FIN

